A casi 50 años del golpe de Estado en Uruguay: cómo se acercaron las partes para sanar las heridas
Un podcast producido por el diario El Observador narra cómo los crímenes cometidos durante esa época siguen marcando a la sociedad uruguaya
El 27 de junio de 1973 el presidente uruguayo Juan María Bordaberry disolvió el Parlamento y, respaldado por las Fuerzas Armadas, dio un golpe de Estado que instaló una dictadura cívico militar que gobernó Uruguay durante 12 años. Los crímenes cometidos durante ese oscuro periodo siguen dejando sus secuelas en la sociedad del país suramericano, una herida que aún no ha terminado de sanar.
El pasado 15 de junio, en un acto conjunto con familiares de víctimas ordenado por la Corte Interamericana de Derechos Humanos (Corte IDH), la vicepresidenta de Uruguay, Beatriz Argimón, reconoció que el Estado uruguayo violó los derechos humanos durante la dictadura y hará lo necesario por justicia y reparación.
En su alocución la vicepresidenta reconoció que “el Estado violó el derecho a conocer la verdad” y que “es responsable por la violación de los derechos al reconocimiento de la personalidad jurídica, a la vida, a la integridad personal y a la libertad personal” de las víctimas.
La Herida, una serie de podcast del diario El Observador (Uruguay), analiza los efectos que tuvo la dictadura en la sociedad uruguaya. En Los nietos (primer episodio de seis) cuenta la historia de tres familias: un desaparecido, una presa política y un militar asesinado por el Movimiento de Liberación Nacional, conocido como los Tupamaros, una guerrilla urbana notoria durante la década de 60 y principios de los 70.
“¿Cómo tratan el tema los militares hoy por hoy? ¿Los uruguayos somos distintos a nivel de identidad idiosincrasia desde que gobernó la dictadura? ¿Cómo se han acercado al tema las generaciones que no vivieron el período, cuyas historias familiares están atravesadas de un lado u otro por la dictadura?”, se pregunta la voz narradora en el podcast.
En Los Nietos se destacan los testimonios de una generación que no vivió la dictadura pero cuyas vidas siguen estando atravesadas por las secuelas de esos años. En este episodio está la historia de Natalia Pereira, nieta de una presa política que pasó ocho años en la cárcel. Pereira tuvo una relación difícil con su abuela, a quien culpó de generar un quiebre en la vida familiar y en su crianza. Otras vidas que siguen marcadas por este periodo son las de Eva y Luna Benvenuto y su hermano León Linares, nietos del detenido desaparecido Rubén Prieto. También está la historia de la familia del soldado Jesús Ferreira, asesinado por los Tupamaros un año antes del golpe de Estado.
En Uruguay, la organización Madres y Familiares de Uruguayos Detenidos Desaparecidos realiza cada 20 de mayo la Marcha del Silencio en la que se reclama por las causas de verdad y justicia, así como poder encontrar los restos de las personas desaparecidas durante la dictadura. Entre los nombres que se recuerdan durante esa jornada, como se señala en La Herida, está el de Rubén Prieto Prieto González.
Prieto fue militante de la resistencia obrero estudiantil, una organización social que se formó en Uruguay en 1968 y miembro del Partido por la Victoria del Pueblo en 1972. Antes de que iniciara la dictadura, cuando ya se podía avistar lo que iba suceder en el país, las autoridades uruguayas pidieron su captura. Prieto huyó a Argentina y el 30 de septiembre de 1976, cuando iba a encontrarse con un compañero, fue secuestrado por un grupo civil armado. Hay poca información sobre lo que le ocurrió, pero se conoció que fue llevado a un centro clandestino de tortura y exterminio en Buenos Aires operado por grupos de inteligencia argentino. Prieta tenía 24 años cuando desapareció.
Eva, Luna y León, los tres nietos de Prieto, solo conocieron a su abuelo materno a través de los relatos de su bisabuela, quien les hablaba de su personalidad jovial, de su activa militancia política y de su extrema bondad y generosidad. De niños, empezaron a ir a la marchas que reclamaban justicia por los desaparecidos. Mientras crecían, iban conociendo un poco más la historia, siendo más conscientes de lo que pasó. La dictadura los había mercado, no solo porque su abuelo estaba desparecido, sino porque también había otros familiares que habían sido presos políticos.
“Se fue como formando poco a poco la conciencia y empezando a saber realmente qué era lo que había pasado, por esto de concurrir a la marcha y preguntarle a mi mamá quién era Rubén Prieto, bueno saber que era el papá de mi mamá, saber que estaba desaparecido”, dice en Eva en el podcast.
“Las ausencias, sí, marcan un montón porque son cosas no cerradas, es una figura que no se entiende más allá de lo legal”, dice, por su parte, Luna.
Para Natalia Pereira la aparición de su abuela, Corina Iriondo, quien estuvo ocho años presa, marcó su vida familiar. Cuando salió de la cárcel, Iriondo estaba muy afectada y esto tuvo un efecto negativo en Natalia, quien para ese entonces tenía tres años. Su abuela fue una de las 28 mujeres ex presas políticas que en 2011 presentaron una denuncia penal por violaciones y abusos sexuales cometidos durante la dictadura. Los traumas que vivió durante su cautiverio los padeció la familia cuando fue liberada, sobre todo su nieta quien era muy pequeña para entender lo que había pasado.
“Todo lo que era privacidad en mi casa no existía, no se podía tener una puerta cerrada porque ella salió de la cárcel, como pienso yo hacían los policías que la controlaban, entonces ella salió a controlarnos. Yo viví bajo el control de mi abuela durante toda mi infancia y le hice la guerra”, cuenta Natalia.
Además recuerda cómo su abuela, cuando ella era una niña, relataba las torturas que sufrió durante su cautiverio, las contaba con precisión, con lujo de detalles. Esto podía suceder durante una cena familiar un domingo cualquiera. Luego con los años, las abuela dejó de ser tan explicativa con los traumas que padeció.
Natalia, quien creció en una familia que vivía por y para la política, dice que su abuela estaba llena de odio y eso, en parte, se lo transmitió a ella. Y toda esta historia de trauma, y la extrema militancia de su familia, hizo que ella se hiciera apolítica. Simplemente no quiso seguir por ese camino, incluso intentó quitarse la vida.
En Los nietos también están las historias de los que fueron víctimas de la izquierda, como fue el caso de Jesús Ferreira, quien nació en un pequeño pueblo en Uruguay y viajó a Montevideo a enlistarse en el ejército con la ilusión de poder ayudar a su familia. A los 22 años, el 18 de mayo de 1972, fue asesinado por miembros de la guerrilla Movimiento de Liberación Nacional (Tupamaros). Otros tres soldados también murieron en el atentado terrorista.
El cuerpo de Ferreira fue velado a cajón cerrado en su pueblo. Para su familia la historia siempre se trató con reserva. Según cuentan en el podcast, el episodio no fue transmitido a las siguientes generaciones más allá de lo estrictamente necesario. Sin embargo, la muerte los marcó y dejó una huella profunda.
A pesar de todo el dolor y de las heridas que siguen abiertas, algunos de los nietos de las víctimas de Estado se han acercado a hijos y nietos de militares para entender mejor la historia e intentar sanar. Tal es el caso de los Benvenuto Prieto.
“Yo soy nieta de desaparecidos y ella es nieta de militares, ambas hicimos un proceso amistoso de sanar. Creo que hay muchas posibilidades y ser nieto es algo que simplemente te puede llevar a un lugar de reflexión, de conciencia, que no necesariamente vas a ser fascista por ser nieto de un militar, o sea, excede de nosotros lo que pasó, simplemente es la conciencia que podamos tomar”, dice una de las nietas del desaparecido Rubén Prieto Prieto González.
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