El planeta en estado de alarma suelos degradados, destrucción de los bosques, sequías y desnutrición
El agravamiento de la inseguridad alimentaria, la degradación de los suelos y la escasez de agua en distintas zonas del planeta son dramas que interpelan a la comunidad internacional. Nuestra región es la de mayor biodiversidad y, sin embargo, no es ajena a los efectos del cambio climático
El planeta vive tiempos de zozobra. Primero fue la irrupción del coronavirus, una pandemia que comenzaba a ser superada gracias a las masivas campañas de vacunación, cuando la guerra desatada por Rusia contra Ucrania tomó a la comunidad internacional por sorpresa y hoy amenaza con poner en jaque la provisión de materias primas esenciales y fertilizantes indispensables para el sector agrícola. El impacto en la seguridad alimentaria y en el acceso a bienes de primera necesidad por parte de amplias franjas de la población de los países en vías de desarrollo ha sido demoledor. Como telón de fondo, asistimos a una crisis climática que no da tregua, con sus consecuencias en la calidad de los suelos, la disponibilidad de agua para irrigación y la producción de alimentos.
EL DETERIORO DE LA SEGURIDAD ALIMENTARIA
El panorama del hambre es alarmante. Tal como se desprende de las cifras difundidas por la ONU, luego de permanecer relativamente estable entre 2015 y 2019, en los últimos dos años se registró un aumento de la prevalencia de la subalimentación, que en 2020 pasó del 8 % al 9,3 % y en 2021 afectó al 9,8 % de la población del planeta. De acuerdo con el último Informe sobre el Estado de la Seguridad Alimentaria y la Nutrición del Mundo, publicado por la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), el número de personas que padecen hambre habría alcanzado los 828 millones, lo que representa un crecimiento de unos 150 millones desde la irrupción de la pandemia de COVID-19. Forman parte, a su vez, de un contingente aún mayor, de alrededor de 2300 millones de personas, que enfrentan situaciones de inseguridad alimentaria moderada o grave, lo que representa el 11,7 % de los habitantes del mundo.
Las previsiones de crecimiento demográfico obligan a un cambio de rumbo. Siempre de acuerdo a las proyecciones de la FAO, de aquí a 2050, la agricultura tendrá que producir casi un 50 % más de alimentos, fibras y biocombustibles que las que generaba en 2012para satisfacer la demanda mundial y lograr la meta del “hambre cero”. Este es el segundo de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). Para lograrlo, la humanidad debe poner un límite a la degradación de las tierras y de los recursos hídricos, ocasionada por la deforestación, el sobrepastoreo y la contaminación de suelos y aguas, lo que compromete seriamente la sostenibilidad de la producción alimentaria.
LA DEGRADACIÓN DE LOS SUELOS
El deterioro de la calidad de los suelos es, a todas luces, uno de los retos que exigen compromisos y acciones más firmes, en vista de su repercusión sobre la seguridad alimentaria y, de manera particularmente grave, en los países del Tercer Mundo. De los datos recogidos por la FAO, se desprende que un tercio de las tierras del planeta se encuentran en un nivel de moderado a alto de degradación, debido a la erosión, la escasez de agua, el agotamiento de los nutrientes y la acidificación. Las estimaciones de la ONU arrojan unas pérdidas económicas del orden de los 1300 millones de dólares diarios, incluyendo en ese cálculo la afectación de los recursos hídricos, el deterioro de los suelos y la pérdida de biodiversidad.
“La mayoría de las presiones sobre las tierras, los suelos y los recursos hídricos los genera la propia agricultura”, consigna la citada agencia de Naciones Unidas en la última edición de su informe El estado de los recursos de tierras y aguas del mundo. Allí se hace, además, un llamado de atención respecto de “las repercusiones que la acumulación de presiones sobre la tierra y el agua tienen en las comunidades rurales, en particular en aquellos lugares en los que la base de recursos es limitada y la dependencia es alta, y, en cierta medida, en las poblaciones urbanas pobres donde las fuentes alternativas de alimentos son escasas”. Se estima que, para el año 2050, tres cuartas partes de la humanidad vivirá en zonas áridas y una cuarta parte lo hará en regiones con escasez crónica de agua potable.
EL IMPACTO DE LA DEFORESTACIÓN
Un capítulo especial en el deterioro de los suelos es el de la deforestación, definida por la FAO como “la conversión de los bosques a otro tipo de uso de la tierra, independientemente de si es o no inducido por humanos”. ¿Y cuál es la importancia de los bosques en el equilibrio ambiental? Se trata de ecosistemas que cubren 4060 millones de hectáreas, representan el 31 % de la superficie terrestre, y albergan el 80 % de las especies de anfibios, el 75 % de las aves y el 68 % de los mamíferos del planeta. En el plano de la mitigación del cambio climático, las áreas boscosas contienen 662.000 millones de toneladas de carbono, lo que constituye más de la mitad de las reservas de carbono mundiales.
En las últimas dos décadas, la deforestación privó al planeta de 420 millones de hectáreas y, entre 2010 y 2020, las mayores pérdidas netas se dieron en América del Sur y en África. Aunque es un fenómeno difícil de cuantificar, la FAO da cuenta de las nocivas consecuencias que tiene para la calidad de vida y la sostenibilidad del planeta: “Las actividades humanas, los fenómenos climáticos graves, los incendios, las plagas, las enfermedades y otras perturbaciones ambientales pueden degradar los bosques y reducir así el suministro de bienes y servicios forestales, los valores de la diversidad, la productividad de los suelos y la salud”. Añade que las prácticas de la agricultura intensiva “también aumentan el alcance y la gravedad de la degradación de la tierra en términos de erosión del suelo, agotamiento de los nutrientes y salinización”.
LAS PARADOJAS DE AMÉRICA LATINA
Nuestra región no es ajena a esta realidad, que exige una mirada más comprometida del sector público y de los agentes privados. “Somos una potencia agrícola y, sin embargo, hemos sufrido un fuerte aumento del hambre en los últimos años, lo que pone de manifiesto la necesidad de llevar a cabo acciones contundentes para transformar nuestros sistemas agroalimentarios”, manifestó, en respuesta a una consulta de nuestro medio, Soledad Bastidas, oficial de Tierras y Aguas de la FAO en América Latina y el Caribe. Se estima que 267 millones de personas enfrentan situaciones de inseguridad alimentaria.
El deterioro de los suelos no es una cuestión ajena a este drama que sufren amplios sectores de nuestra población: el 14% de la degradación mundial de la tierra ocurre en América Latina. A su vez, la agricultura utiliza el 73% del agua dulce disponible, lo que plantea serios problemas de sostenibilidad del abastecimiento de los sectores productivos y la población. En ese sentido, la funcionaria de la FAO sugirió: “El uso eficiente del agua, la reducción en la utilización de plaguicidas y la mejora de la salud del suelo pueden llevar a un aumento medio del rendimiento de los cultivos del orden del 79 %”.
En cuanto a la población y su acceso al agua potable y segura, resulta sorprendente que, en la región que alberga un tercio de los recursos hídricos del planeta, existan países con altos índices de estrés hídrico y lugares en los que, directamente, la sequía se ha instalado de manera permanente, como ocurre en determinadas zonas de México, Chile y Perú. Inclusive, grandes áreas como la Amazonía, que han sido tradicionalmente húmedas, se están convirtiendo en áreas áridas, donde las épocas secas tienen cada vez mayor impacto. Soledad Bastidas pone en foco cómo la escasez de agua afecta directamente a la productividad agrícola.
UN SISTEMA PRODUCTIVO INSOSTENIBLE
Por su parte, a la hora de analizar el impacto del cambio climático en América Latina y el Caribe, Walter Vergara, experto en la materia del World Resources Institute (WRI), señaló a DEF: “El 58 % de las emisiones de CO2 de la región provienen del uso de la tierra en forma irregular. Una gran parte está asociado a la deforestación, es decir, a la destrucción de la cobertura boscosa”. Recordó que aquí se encuentran seis de los diez países más megadiversos del mundo y que “nuestro capital natural está conformado por manglares, bosques, esteros, pantanos y páramos, entre otros”. Abordó también los efectos de la degradación de los suelos en la disposición de recursos hídricos: “La erosión no solamente provoca una desregularización de las escorrentías, sino que también hace que la calidad arbórea impacte negativamente en el suministro de agua para las hidroeléctricas”.
Además, desde el punto de vista social, apuntó el especialista del WRI, “los bosques son una fuente de productos naturales, de los cuales dependen muchas de las poblaciones nativas de la región”. Vergara está convencido de que “el modelo actual no es sostenible” y de que “la deforestación y la degradación deben llevarse a cero lo más pronto posible”. En el Cono Sur, ejemplificó, se encuentran los remanentes del bosque atlántico –también conocido como “mata atlántica”–, que están siendo amenazados por la extensión de los cultivos de soja. En el caso de Brasil, agregó, “varias decenas de millones de hectáreas de territorio, que eran sabanas y bosques tropicales húmedos, han sido destruidas y convertidas en pastizales, lo que ha hecho que pierdan su productividad”.
EL DESAFÍO DE BONN: RESTAURAR LA TIERRA
Para remediar estos severos problemas ambientales, en septiembre de 2011, el Gobierno alemán y la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) lanzaron el denominado “Desafío de Bonn”, que se proponía el objetivo de restaurar 350 millones de hectáreas de paisajes degradados de cara al año 2030. En ese marco, el World Resources Institute (WRI) ha puesto en marcha un ambicioso proyecto: la Iniciativa 20x20, cuya meta es la restauración, a nivel regional, de 50 millones de hectáreas de bosques, tierras agrícolas y pastizales para 2030.
“El objetivo central es cambiar la dinámica de degradación del suelo”, detalló Walter Vergara, coordinador de la Iniciativa 20x20. La atracción de fondos no debería ser un problema, ya que se estima que, por cada dólar invertido en la restauración de bosques degradados, se pueden generar entre 7 y 30 dólares en beneficios económicos, según datos de la propia organización. La oferta de capital existe: hoy WRI cuenta con unos 3000 millones de dólares disponibles. Sin embargo, reconoce Vergara “la demanda, medida en proyectos bien diseñados, es el principal obstáculo”.
“La restauración de la tierra es esencial para mitigar el cambio climático”, explican desde el WRI. Ahora bien, para hacer atractivo este tipo de inversiones, la organización recomienda, entre otras medidas: eliminar los incentivos perjudiciales, como por ejemplo los subsidios agrícolas; y desarrollar mecanismos financieros que permitan aumentar el capital público y atraer la inversión privada en restauración de bosques y tierras.
(c) 2022, Infobae
https://www.infobae.com/def/def-medio-ambiente/2022/12/24/el-planeta-en-estado-de-alarma-suelos-degradados-destruccion-de-los-bosques-sequias-y-desnutricion/
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