Las mujeres como botín de guerra:
la campaña sistemática y coordinada de violaciones de los soldados rusos contra niñas y mujeres ucranianas
Siguen apareciendo cuerpos violados y mutilados. Varias organizaciones internacionales están recopilando evidencias. ¿Qué lleva a los combatientes a cometer estas brutalidades? Los casos de los soviéticos en Berlín en 1945, los japoneses en Nanjing, los estadounidenses en My Lai
El 13 de marzo, un soldado ruso irrumpió en una escuela de Malaya Rohan, un pueblo cercano a la ciudad ucraniana de Kharkiv, que llevaba semanas siendo bombardeado sin tregua por las fuerzas de Vladimir Putin. En el subsuelo de la escuela se refugiaban decenas de mujeres y chicos.
El soldado llegó al salón subterráneo, amenazó varias veces con disparar y ordenó a una mujer de 31 años que subiera a la planta principal del edificio, la encerró en un aula y procedió a violarla repetidamente. La obligó a practicarle sexo oral y, mientras lo hacía, le apuntó con un arma a la cabeza o directamente a la cara. “En dos ocasiones, disparó al techo. Dijo que era para darme más motivación”, contó la mujer en su testimonio ante los especialistas de Human Rights Watch (HRW). Cuando terminó con su brutal ataque, el soldado le confesó a la mujer su nombre y que tenía 20 años. También le dijo “me haces acordar a una chica con la que fui al colegio”. Antes de irse, agarró un cuchillo y le cortó un mechón de pelo. “Para recordarte”, agregó.
Cuando las tropas rusas se retiraron de los alrededores de Kiev el 1 de abril, los informes oficiales de violencia sexual, que habían llegado a cuentagotas durante las cinco primeras semanas de la invasión, tomaron de repente la forma de una campaña sistemática y coordinada de violencia sexual. Las adolescentes y mujeres jóvenes eran el principal objetivo, pero también lo fueron niñas y niños de apenas cinco o seis años y ancianas de hasta 80 años. De a poco comenzaron a difundirse historias similares de perversión y brutalidad en cada pueblo o ciudad donde pasaban las tropas rusas. En la última semana aumentaron exponencialmente las denuncias de mujeres se atrevieron a contar las atrocidades a las que fueron sometidas.
También se vio que los ataques sexuales tuvieron una organización que excedía, en mucho, a las posibles acciones individuales de algún soldado. La Defensora del Pueblo ucraniana, Lyudmyla Denisova, informó que 25 adolescentes fueron retenidas en un sótano de la ciudad de Bucha y violadas en grupo. Nueve de ellas están ahora embarazadas. En esa zona se encontraron decenas de cadáveres de mujeres desnudas y con las manos atadas a la espalda. Algunas tenían los genitales mutilados. También hubo varios chicos varones en esas condiciones. A otro grupo de mujeres que atraparon ayudando a la defensa, las hicieron desnudar, les afeitaron la cabeza y las torturaron introduciéndoles armas en sus cuerpos.
“Estos crímenes sexuales... son un arma de guerra para humillar, subyugar, aterrorizar y obligar a la gente a huir del territorio”, asegura Marta Havryshko, investigadora de la Universidad de Basilea. “Los soldados rusos intentan enviar una señal a toda la comunidad: nosotros somos los ganadores, ustedes son débiles, los destruiremos, así que será mejor que abandonen la lucha por la independencia”.
La violación se reconoció por primera vez como crimen de guerra en 1919, pero pasaron muchas más guerras antes de que se produjera el primer procesamiento, fue contra un “señor de la guerra” de Rwanda en 1998. El primer juicio en el marco de las Naciones Unidas fue por los casos ocurridos durante el conflicto en la antigua Yugoslavia, donde las fuerzas serbias mantuvieron “campos de violación” como “un instrumento de terror”. Ahora, trabajan en Ucrania investigadores de diferentes organismos especializados recopilando las pruebas para llevar a los culpables ante un tribunal internacional. “Estas acusaciones deben ser investigadas independientemente para garantizar justicia y rendición de cuentas”, dijo Sima Bahous, directora ejecutiva de ONU Mujeres, ante el Consejo de Seguridad.
La historia de la crueldad del ser humano con sus semejantes es muy una larga como inconcebible. Solo habría que pensar en la esclavitud. Los ejércitos utilizaron las violaciones como arma de guerra desde siempre. En el siglo XX comenzaron a documentarse estos crímenes. El Ejército Imperial Japonés organizó redes de esclavas sexuales durante la invasión a China. Hicieron lo mismo con las coreanas cuando tomaron la península. También ocurrió después de que el ejército alemán invadiera Rusia en junio de 1941, organizado por los Einsatzgruppen (Grupo de Acción Especial). Los rusos respondieron con la misma atrocidad cuando entraron a Berlín en 1945. En los próximos tres años se produjeron entre 600.000 y dos millones de violaciones de las mujeres alemanas que habían sobrevivido a la guerra. Los soldados estadounidenses en My Lai masacraron a hombres, mujeres y niños en 1968 durante la guerra de Vietnam. Y, obviamente, no faltaron las violaciones. En las sucesivas guerras de los Balcanes se documentaron abusos sexuales sistemáticos de todos los bandos. En Bosnia (1992-95) se produjeron entre 20.000 y 60.000 violaciones. En la guerra de Rwanda (1990-94) fueron entre 250.000 y 500.000.
En la cárcel iraquí de Abu Grahib, en 2003, algunos de los carceleros, hombres y mujeres, se “divertían” mostraban a los prisioneros encapuchados y conectados a cables eléctricos, atados con correas, apilados desnudos en el suelo y participando en actos sexuales simulados. El ISIS provocó un holocausto contra la minoría yazidí de Irak y esclavizó sexualmente a sus mujeres. Dentro del Estado Islámico que los terroristas levantaron entre Siria e Irak se entregaban mujeres y niñas como premio a los combatientes.
El brutal fenómeno fue estudiado en los últimos cien años por algunos de los investigadores más destacados. En su clásico “The Creation of Dangerous Violent Criminals”, el profesor Lonnie Athens explica que la “violentización” es análoga a la “socialización”, es decir, las personas se convierten en el tipo de personas que son como resultado de las experiencias sociales. Algunas de ellas son “consecuentes e inolvidables”, “tienen un impacto duradero”, dejan “una marca permanente... independientemente de sus deseos”. Estas características, coinciden los especialistas, se exacerban cuando las personas pertenecen a un grupo. Se produce la acción de la manada. Si no lo ejecutan por motus propio, son empujados por sus pares. Lo hacen para no ser diferente, para pertenecer.
El historiador Joshua Fogel explica en “The Nanjing Massacre in History” que a los japoneses se les enseñó que su jerarquía imperial estaba en el centro de la moral mundial y que los japoneses eran superiores a todos los demás pueblos. Lo mismo ocurrió en el caso de los soldados nazis. Estában convencidos de que el “enemigo” no es otro ser humano sino un “subhumano”. Por lo tanto, violar a las mujeres del enemigo no implica moralmente el mismo estamento criminal que dentro de su propia sociedad.
Walter Zapotoczny explica en su exhaustivo ensayo “Beyond Duty: The Reasons Some Soldiers Commit Atrocities” que existen cuatro factores/factores principales que conducen a algunas de las crueldades más horribles de la historia: brutalización, beligerancia, actividades violentas y virulencia. Las etapas son secuenciales. “Cada etapa tiene que ser completamente experimentada antes de que el sujeto avance a la siguiente, un proceso que puede ocurrir en un corto periodo de tiempo o a través de varios años. El que la violencia es una elección más que una compulsión se da por hecho entre los militares y entre la policía”, explicó Zapotoczny.
Todas estas caracterizaciones aparecen en las fuerzas rusas de acuerdo al testimonio de sus propios integrantes que fueron tomados prisioneros por los ucranianos. Son reclutas muy jóvenes sometidos a una brutalización a través de un entrenamiento militar violento.Provienen de zonas alejadas de los grandes centros urbanos y aisladas. Tienen poca o nula educación formal. Fueron adoctrinados y se les dijo que iban a luchar por una causa superior contra enemigos de la Patria. Los convencieron de que están enfrentando a nazis que quieren cometer otro genocidio como en la II Guerra Mundial y que deben luchar para reivindicar a sus ancestros que lucharon contra los alemanes. Las mujeres son su botín de guerra.
La última etapa, la de la virulencia, aparece claramente en algunos casos como el de Karina, una chica de 22 años del ahora infame pueblo de Bucha, a las afueras de Kyiv. Fue violada por días, abandonada desnuda y con un balazo en la cara. La brutalidad fue tal que la policía se negó a mostrar el cuerpo a sus padres. La entregaron a cajón cerrado.
(c) 2022, Infobae
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